El MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero) es una organización formada con el objetivo de reinvindicar los derechos de los campesinos, demuestra que aún en el siglo XXI se puede luchar solidariamente. Ademas su ejemplo sirve para que nos demos cuenta de que hay una realidad muy distinta más alla de Buenos Aires . El MOCASE agrupa unas ocho mil familias campesinas sobre 16 mil en toda la provincia. Su accionar está basado en la lucha por la tierra y el desarrollo de emprendimientos productivos autónomos, sostienen su estrategia de vida en la producción diversificada de algodón, ganado caprino y bovino para la producción de carnes, leches y quesos. Hace años defienden la posesión de las tierras contra las pretensiones de accionistas mayoritarios, y de financieras que ostentan títulos de dominio de miles de hectáreas compradas a precio irrisorio durante la última dictadura militar Sus miembros cuentan de cárcel, persecusiones y hasta torturas. “Más nos aprietan, más nos unimos”, dicen.
El 4 de agosto de 1990, en Quimilí, se constituía formalmente el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE). Desde sus comienzos el MOCASE asumió como estrategia central la lucha por la tierra y por mejorar las condiciones de vida de las familias campesinas. El problema generalizado de tenencia precaria de la tierra por parte de los campesinos había generado un proceso de desalojos “silenciosos” en la medida en que no había conciencia sobre el derecho de posesión veinteañal y a la vez no estaban dadas las condiciones mínimas de organización para que las presentaciones ante la justicia o los reclamos ante el poder político tuvieran alguna posibilidad de éxito. La constitución del MOCASE fue un punto de quiebre con esa situación preexistente, de modo que el silencio se fue convirtiendo en conciencia del derecho. Se promovió la organización para la autodefensa de los pobladores, se acompañó con el asesoramiento legal y la defensa jurídica correspondiente, se fue logrando una mayor visibilidad política y se amplió la articulación con otros sectores de la sociedad que se sintieron atraídos por esta lucha.
La estructura del MOCASE en sus inicios y hasta el 2001 estaba formada por organizaciones locales denominadas "Comisiones de Base" y por organizaciones de segundo grado constituidas por representantes de las organizaciones locales, que se denominaban "Comisión Central" o simplemente "Central". También formaban parte del MOCASE varias cooperativas campesinas. En muchos casos un/a productor/a campesino/as podía ser miembro de la cooperativa de la zona y al mismo tiempo participar en la comisión de base de su paraje que a su vez envía representantes a la Central.
El MOCASE comenzó a tener repercusión a nivel nacional en 1998 durante el intento de desalojo de las familias campesinas del paraje La Simona. Máquinas topadoras de gran porte avanzaron sobre las posesiones de las familias, derribando a su paso árboles, cercos, y llegando hasta la viviendas. La autodefensa ejercida por los pobladores y la contención que les ofreció el MOCASE y un conjunto de organizaciones solidarias detuvo a las topadoras, que de otro modo y en otra época hubieran conseguido su propósito. La población resistió el desalojo pasando días y noches bajo una improvisada carpa de polietileno negro, dando lugar a lo que se denominó la carpa negra de La Simona. En ese momento algunos medios de comunicación nacionales difundieron las imágenes de destrucción del bosque y de atropello a sus pobladores por todo el país, ayudando a extender la preocupación por las familias campesinas más allá de la frontera de Santiago del Estero.
Un año después el MOCASE organizó un Congreso denominado “Campesinos y campesinas unidos en la lucha por la tierra y la justicia”, que se llevó a cabo en la ciudad capital de Santiago del Estero. La convocatoria para participar del Congreso incluyó a las organizaciones del MOCASE y a delegaciones campesinas invitadas para que pudieran compartir las jornadas y decidir su posible incorporación al MOCASE. También participaron delegaciones de otras provincias como la Asociación de Pequeños Productores del Noroeste de Córdoba (APENOC), la Unión de Pequeños Productores del Chaco (UNPEPROCH), la Asociación Civil Parque Pereyra, la Asociación de Productores Familiares de Florencio Varela, la Asociación de Pequeños Productores de la Puna, la Red Puna de Jujuy, el Consejo Kolla de Salta y pequeños productores de Catamarca y Corrientes. Los objetivos del Congreso se referían a:
(...) “la necesidad de reflexionar sobre la situación del sector campesino en el contexto provincial y nacional, a partir de lo cual sería posible formular propuestas de políticas de desarrollo. También se proponía revisar la estructura y funcionamiento del MOCASE de modo tal que se avanzara tanto en lo referido a la ampliación de su cobertura a toda la geografía provincial, como en su consolidación como organización democrática y representativa con nuevas y mejores formas de participación” (MOCASE, 1999)
El movimiento apunta a la construcción sin tiempo y sin apuro. Los campesinos saben que el futuro está en manos de sus hijos y por eso están muy atentos a su educación, en un sentido amplio de la palabra, que no solo incluye a la escuela formal. Se trata de una educación que promueve una lectura crítica de la realidad circundante, pero que también contempla el ejemplo que muestra que es posible juntarse para enfrentar y resolver los problemas comunes, superar el individualismo y la persecución de ventajas personales por un modo de vida comunitario, participativo y democrático
La soja vs El MOCASE
Salta
Salta, la linda, sin montes y con soja
La
sojización del agro argentino se une a la expansión multidireccional de
la frontera agrícola. En este sentido, para muchas economías regionales
se trata de la implantación de un nuevo modelo productivo cuyo dato
central es su carácter capital intensivo. Los números del incremento
neto de la producción no llegan solos sino acompañados por profundas
transformaciones sociales y ecológicas. Un reciente trabajo de Daniel
Slutzky, investigador del Centro de Estudios Urbanos y Regionales,
describe las consecuencias del nuevo modelo en las provincias del NOA,
especialmente en Salta.
Mientras entre los censos de 1988 y 2002 el área sembrada en todo el
país se expandió el 5,2 por ciento, en el NOA el incremento llegó al 48
por ciento, multiplicando casi por diez la media nacional. En Salta, la
superficie sembrada creció, entre los años considerados, el 65 por
ciento. Las tres cuartas partes de las nuevas tierras incorporadas a la
producción se destinaron a la soja. Hasta mediados de los ‘90, la caña
de azúcar, el tabaco y los cítricos fueron, junto al poroto, los
cultivos tradicionales. Luego, el ciclo del poroto se retrajo por el
comienzo del auge sojero. La oleaginosa ocupa hoy el 45 por ciento de
las tierras cultivadas de la provincia.
Slutzky destaca que esta expansión se realizó mediante la aceleración
del desmonte, que ya se había iniciado con el poroto. En el período
considerado, la superficie con bosques y montes naturales pasó de 3,7
millones de hectáreas a 2,2 millones, una pérdida de 1,5 millón. Gracias
al paquete tecnológico de la soja transgénica, muchas áreas marginales
se volvieron “muy rentables”. El precio de la tierra y de los
arrendamientos se mantuvieron muy rezagados con relación a la
rentabilidad potencial, lo suficiente como para absorber los sobrecostos
de desmonte y de fletes a los puertos.
A la vez, el nuevo paquete tecnológico es “ahorrativo en mano de obra
e intensivo en insumos, maquinaria e infraestructura”, con lo que sólo
resulta accesible para medianos y grandes productores. Si se toma el
conjunto de la provincia, el promedio de hectáreas por unidad
agropecuaria pasó de 93,7 en 1998 a 132,7 en el 2002. Las explotaciones
dedicadas a la soja, sin embargo, promedian las 590 hectáreas, tamaño
que supera las medias de 145 en Córdoba y de 236 en Buenos Aires.
Además, ya en el 2000, 95 mil hectáreas estaban en manos de 19
productores y sólo uno de ellos poseía 25 mil. La concentración
coexistió con la expulsión de trabajadores. Siembra directa y
modernización tecnológica permitieron que los requerimientos de mano de
obra disminuyeran de 2,5 a 0,5 jornales por hectárea, un aumento sin
precedentes de la productividad del trabajo.
La falta de capacidad para generar empleo produjo una significativa
emigración de la población rural y la virtual desaparición de pequeños
poblados. La tradicional articulación entre la gran empresa agraria y
los pequeños productores, muchos de ellos indígenas, se rompió. Los
campesinos de parcelas de subsistencia comenzaron a encontrar serias
dificultades para complementar salarialmente sus ingresos con las
demandas estacionales de la zafra de la caña y la cosecha de poroto,
actividades que perdieron importancia relativa.
El resultado, previsible y doloroso, es que la población “sobrante”
de la nueva evolución regional sobrevive en condiciones de progresiva
pauperización. A la realidad de los pequeños productores expulsados de
sus tierras se suma la de los pueblos originarios, como los wichí,
arrinconados en bosques degradados o emigrados a los conurbanos de
Tartagal, Embarcación y la ciudad de Salta. Parte de la población
criolla del Chaco árido, pequeños puesteros, también debió emigrar; el
resto sobrevive por medio de los escasos ingresos de una ganadería
practicada en condiciones cada vez más desfavorables.